Desperté consternado. Su manera de entintar con sus versos la tan ansiada primavera en la ciudad hace que con él se vaya un trozo de mi alma. Quedé yo sin aliento al oír tan devastadora noticia, porque además algo había en mí a lo que no encontraba una explicación. Más tarde lo entendí. Hace tres años, la semifinal de Copa ante el Valencia la disputó el Betis un 7 de febrero. El día de antes, publiqué una imagen de pequeño con la verdiblanca. La ilusión de un crío, la ingenuidad de cincuenta mil almas antes de la maravillosa y olímpica obra de arte de Joaquín, y la catástrofe desatada posteriormente. Iba acompañada esa imagen de una melodía que compuso de su puño y letra el que hasta hoy fuese el poeta que más me marcase: Pascual González. Las emotivas lágrimas que emanaron de Javier en el himno, esa obra de la que hablaba, estaban acompañadas de un quejío y algún que otro quiebro. Amagan con caerme, pero me niego. Se queda conmigo.
Agua pasada Villarreal, como también lo fue aquel Valencia, la mente está puesta en el distrito más pirata de Madrid. Ante sí, una oportunidad histórica, como lo fue de nuevo aquel combate estratosférico. A las orillas del Guadalquivir pereció, con un Gameiro letal, y en la ribera del Turia acabó sentenciado. Río de mi Sevilla, novia del Betis sí, pero para este baile se entrometió Marcelino. Fue un problema de ego y, a decir verdad, veo el reflejo en estas semifinales. Si te ves en la Cartuja antes del pitido inicial, a sabiendas de que Iraola, en tres años, ha logrado alcanzar las Semifinales con Mirandés y Rayo Vallecano, como prolongación de dos ascensos, déjame decirte que tienes un problema. Como lo tuvo aquel Betis de Setién, que se vio en la Final por haber logrado el 2-0 en una eliminatoria con más de cien minutos aún por delante. Jamás hay que renegar de los orígenes y señores, casi veinte años lleva el Betis sin tocar plata, como nos gusta decir por aquí.
Ahora bien, pobre de aquel que piense que el Betis no se va a dejar los cojones para pasar esta eliminatoria. Debió reajustar algunos elementos tácticos Pellegrini para vencer a un Emery que ha demostrado ser invencible contra los verdiblancos. Perdieron Nabil y Canales ese fútbol de los duendes que da la tierra. Sin magia jugaron. Me los imagino en sus casas golpeando la trasera de la varita como cuando se te acaban las pilas en el mando a distancia. Para este, aunque le dicen Manuel, nuestro padre Pellegrini dirá que se pongan las pilas, las de Duracell. Pero un partido no empaña la buena dinámica que traen los verdiblancos. La estabilidad, que ni la toquen siquiera.
«De fe sembró nuestro suelo y nos techó con su gloria» dijo el trovador un día. No sé si hablaba de Dios o de Pellegrini. Me imagino a Joaquín Sánchez, como uno que anda por La Calzá, presentándolo así al pueblo cuando gane la Copa. A su gente, a esa que lo sigue sin rechistar. A esa que grita «Viva» si gana el Betis, pero que más lo grita aún si pierde. Qué arte tiene Sevilla. Se queda conmigo. También La Copa dice Pellegrini. Qué arte por Dios, qué arte.